LA FIESTA ESPECTRAL

Mi alma todavía se estremece, cada vez que viene a mi memoria lo que vi aquella noche de Todos Santos de 1429. Nuestra villa, por entonces, estaba asediada por las tropas franco-navarras capitaneadas por Gastón de Foix, esposo de Leonor, hija de Juan II. Sus planes eran anexionarnos al reino de Navarra. Me encontraba de vigía en la muralla noroeste, las últimas luces del sol se fueron apagando poco a poco y las primeras estrellas asomaban, tímidamente en el firmamento. Veía las hogueras y faroles del enemigo, acechando como los lobos ocultos entre los arbustos a la espera de atrapar una victima para devorarla. Me daba rabia por eso. 
Ya el cielo estaba lleno de estrellas y una luna llena daba un ambiente espectral al entorno. Era noche de Todos Santos. ¡Dios me proteja!. Todo estaba en calma hasta que llegó medianoche. Vi a las afueras de la muralla, una niebla que se arremolinaba y avanzaba hacia mi posición. En un principio, me pareció ver extrañas figuras, terrorificos espectros iluminados por la luz lunar. Me santigüe, pues pasado un rato, pensé que eran imaginaciones mías. De repente, oí gritos de terror en campo enemigo y a continuación, las extrañas figuras comenzaron a avanzar hacia la muralla. Empecé a rezar y a encomendar mi alma a Dios. A medida que se acercaban, escuchaba una siniestra canción. Los espectros bailaban, cantaban, reían y saltaban como si todavía estuviesen vivos. Mi cuerpo temblaba ante el espantoso desfile de la muerte. Al llegar a la muralla, la entonación de la música y la canción aumentó, haicendo que mis manos taparan mis oídos para no escucharlos. ¡Que horrible! ¡Era una canción del mismísimo infierno! Caí de rodillas ante el miedo y continué rezando para evitar escuchar la canción. El siniestro desfile de almas en pena, atravesó la muralla como si esta no existiera. Aquellos espíritus seguian festejando su noche de muertos, bailando y riendo. Algunos de ellos, portaban calabazas con grotescas caras y en su interior, una pálida luz brillaba. Siguiendo adelante, atravesando toda la villa hasta llegar al cementerio de San Miguel. Allí, la campana de la iglesia tocaba a funeral  dándoles la bienvenida e iban acompañadas de carcajadas aterradoras. Yo seguía rezando y pedía a mi Señor Jesucristo, que me librara de todo aquel espanto. La fiesta duró toda la madrugada en el cementerio. Con las primeras luces del alba, yo seguía rezando y miré de reojo, cual fue mi sorpresa ver lo siguiente. Los espectros se fueron despidiendo unos de otros, para a continuación, desaparecer bajo tierra del camposanto. El silencio reino poco rato. El canto de los pájaros y los primeros rayos del sol aliviaron mi alma y por ello, di gracias a Dios por ese nuevo día.

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