LIBERACIÓN

Temblaba más de frío que por el simple hecho de saber que iba a morir. La rabia y el odio al principio de su cautiverio, prácticamente había desaparecido una vez conocida la sentencia. Hecha un ovillo en un rincón, desnuda y sucia, pensaba que en pocas horas volvería al lugar de donde vino y pidió a la Diosa, a Madre Tierra, no sufrir demasiado a la hora de su muerte. Alzó la vista. Por una pequeña ventana, se colaba un rayo de sol. Se arrastró por el mugriento suelo, despacio, sin apartar la vista de la ventana, colocándose bajo el gratificante y cálido rayo de sol. Una bendición del Dios, pensó. Permaneció con los ojos cerrados unos gratos minutos y de pronto los abrió. Fuera de la celda, al lado izquierdo de la verja, ardía vigorosamente una antorcha. De repente, un trozo de carboncillo procedente de la antorcha, cayó al suelo y ella pudo cogerlo alargando la mano fuera de la reja. Justo donde caía el rayo de sol, dibujo un circulo, al tiempo que pronunciaba una palabras. Dentro del circulo, trazó una estrella de cinco puntas y escribió en cada una de ellas; tierra, aire, agua, fuego y espíritu. Después de hacer esto, se puso a cantar y a bailar, invocando a sus ancestros para que le  guiaran. Unas puertas chirriantes, devoradas por la oxidación, se escucho en la lejanía y ella supo que su hora había llegado. La llevarían de nuevo a su tortura. Los carceleros hicieron acto de presencia. Uno de ellos, abrió la puerta y le arrojo una roída y sucia túnica blanca. Ella se cubrió con la prenda y a empujones la sacaron de la celda. La llevaron a la sala de tortura, donde se encontraba el obispo Aguirre acompañado del Inquisidor Supremo, Don Lope. Ambos se acercaron a ella, mirándola con repugnancia. El obispo le acercó un crucifijo  y le ordenó que repudiara a Satanás y besara a Cristo para salvar su alma. Ella contestó que no, no creía ni en Cristo ni en Satán, solo creía en las fuerzas de la naturaleza, en su Dios y su Diosa y en su independencia. En un arrebato de rabia y odio, el obispo le propino un fuerte golpe con la cruz, que la dejo casi inconsciente. Ordenó colocarla en la mesa de tortura. Sufría, sufría tanto como las anteriores veces que le habían sometido. Gritaba, pero nunca adoptaría una creencia que no creía. No supo cuanto tiempo estuvo soportando la vejación. Solo pudo sentir, como la llevaban a rastras a la celda, dejándola en el frío y sucio suelo, cuando ya habia anochecido. No tuvo fuerzas para levantarse y al mirar a la pequeña ventana pudo ver la luz de la luna, que la envolvía por completo y entonces, sonrió feliz. Su Diosa venia a buscarla, junto con sus ancestros. A la mañana siguiente, uno de los carceleros se percato que la bruja había muerto. La sacaron de allí, llevándola a quemar para purificar el lugar del mal, pero ellos nunca llegaron a comprender, que esa bruja, a esa mujer libre de espíritu, había sido liberada y uniéndose a su madre, a su Diosa, a Madre Tierra. Y por eso se sentía muy, pero que muy feliz.

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